El camino hacía el infierno

Hace algo así cómo un año, me recuerdo dentro de un asado familiar, de otra familia, con muchos niños corriendo por los alrededores, con una felicidad poco acostumbrada de visualizar, y con una noticia que hacía más jugosa y sabrosa la carne. ¡Señores!, ha muerto Augusto Pinochet. La gente celebraba, mientras otros lloraban, ante la primera muerte del dictador.
Celebración y luto… los rostros humanos no mentían.
Dentro de estos días, de la segunda muerte instantánea, la gente actúa de igual forma; celebración en plaza Italia y llanto en el cementerio, aunque no se trate de algún cumpleaños.
Qué distinto es el país sin el precursor de muertes masivas más atrayente de nuestra historia.

Dos periodistas privados, han sido contratados por una empresa de tradición en lo de telecomunicaciones, donde el nombre no es de mucha trascendencia, para ir a un viaje sin rumbo, con boletos de ida pero quizás no de vuelta, con la intensión de realizar la entrevista más acalorada del último siglo, y quizás también de los que ya han pasado dentro de nuestros territorios.
Augusto no debe alojar en el cielo seguramente, se preguntaban los de la compañía, así que serán enviados al mismísimo infierno.

Los comunicadores empacaron todo sus utensilios, que no fueran inflamables, se despidieron de sus familias y amigos, entre congoja y entusiasmo, por realizar el mejor trabajo y desafió de sus cortas y pudorientas vidas. Ya había llegado la hora de tomar el ascensor, hacía el subterráneo más bajo de todos, junto a la infaltable cámara y micrófono.
A la llegada de los dos colaboradores de las comunicaciones, se sentía el nerviosismo y el temor de lo desconocido, sin esperar el caluroso recibimiento que darían las autoridades de Infiernalandia, lideradas por dos chilenos de exportación y su hijo: Pinollende.

Declaraciones vertidas por la pareja de líderes patrios:

Ustedes se pueden dar cuenta que aquí las cosas son bastante diferentes a donde viven ustedes. Aquí uno elige con quien tener hijos, sin importar la sexualidad ni el pasado, y nosotros con mi querido y respetado Allende, nos dimos cuenta que las peleas eran puro amor, otra forma de demostración, un poco más sadomasoquistas. Nos sacamos los lentes, uno al otro, y vimos un nuevo no mundo sin ataduras políticas, ni de seguidores decadentes. (De manera espontánea brotaban las carcajadas de nosotros y de todos los miembros del aquel lugar tan acogedor). Aquí la vida se vive mejor, aunque de vida no hay mucho y de calor si, de hecho, hemos pensado en enviar a nuestro hijo a la tierra, para que difunda la nueva manera de dirigir al país, sin tanto vacío cómo hemos visto por la prensa. Estamos seguros que hará un papel extraordinario, mucho mejor del que nosotros nunca llegamos a poder lograr.