10-06-2008

El vagabundo letrado


Una noche de Domingo fui sorprendido por un estelar de Televisión Nacional de Chile pro presentar a un personaje que rompía todos los hitos antes pronunciados a cerca de los pobres y vagabundos. Éste hombre no tenía techo donde dejarse caer, pero si tenía frazadas y una almohada bien particular, compuesta por el aprendizaje de cada día en la urbanidad de su existencia. Sin pulir más este seguimiento les diré que donde hacía reposar este hombre su cabeza en cada noche, era una torre de libros de distintos calibres, los mismos que lee cada mañana al despertar. El hombre hablaba como pocos de los adinerados o los personajes como nosotros que tenemos donde quedarnos en cada noche fría de Santiago; hablaba y se pronunciaba mucho mejor que nosotros : miembros de una red de Internet.

Las mujeres comenzaron a ver la participación del sujeto en el programa de televisión, y no podían creer como la pobreza se adueñaba de un espacio tan importante de la chilenidad masiva, siendo incluso más atractivo y lenguado que ellas mismas: las damas más prejuiciosas y obstinadas de la ciudad . La cultura que él mismo se había donado y la existencia dura de los largos años de esquinas mojadas de la Alameda, eran cosas de las cuales sólo él podía relatar como lo hacía y lo sigue haciendo hasta el día de hoy e inclusive como lo seguirá haciendo hasta el día de su juicio final.

02-06-2008

La calle fantasmal


La noche callejera aplicada en un lugar desconocido, luego de una fiesta hogareña de globos y serpentinas, es todo lo contrario a la paz de esa guardería amistosa de cuatro murallas. Uno no sabe el medio para volver a casa, ni hacia donde ir en esos interminables momentos desolados, ocultándose del frío con una cajetilla de cigarros y promoviendo la angustia de esos rostros desconocidos y maliciosos que se cruzan a cada instante. Los minutos pasan y cada vez todo se vuelve más peligroso, mientras el corazón no se detiene de latir violentamente al sentir por consecuencia el peligro de la agresión nocturna, de la que podría ser la perdida de la vida.

Ya no soy un pequeño adolecente a diferencia de mis acompañantes de la fiesta de fin de semana, que recientemente había concluido para mí. Me había decidido a marchar a altas horas de la madrugada por cortesía e incomodidad personalizada, pero no había asumido en esos breves instantes que me estaba sumergiendo dentro de los juegos que viven por el peligro.

Finalmente crucé en Transantiago por una Avenida de las más rusticas y mal paridas del sector en el que me encontraba, hasta llegar a uno de los cruces más conflictivos de mi propia comuna. Mientras miraba florecer el morado de mis nudillos, comencé a percibir que la espera por el vehículo que me dejara en casa sería eterna, sin antes, presenciar a la gente salida de celebraciones alocadas, con sus caras largas y las infaltables agresiones del lenguaje y las bofetadas.