Simplemente un zapato

La semana pasada llegó un hombre de un par de cientos de años a la tienda de zapatos, de la cuál yo soy vendedor ilustre y recién egresado en mi oficio de medir y oler pies. Muy enfadado el gran don, con sus espelusnantes aires de grandeza inalcanzables, inició su critica ilimitada, sin la detención de breves segundos para respirar, de la manera más drástica y dirigida para los hombres que usan muletas o árboles manuales.
La verdad es que el anciano llegó saltando en un pie, porque en dos no podía, por la simple razón de ser cojo de raíz. Su pierna comenzaba en la cintura y terminaba ahí mismo, cinco centímetros más abajo, entre la carne, el hueso y la memoria. Pero al don sólo le bastaba con su gran pierna para liderar cualquier lugar en el cual pisara, corriera o brincara.

Yo quiero sólo un zapato y ustedes me venden el par, repetía una y otra vez el ciudadano. No puede ser que se siga discriminando a los personajes que les falte una parte del cuerpo o de inteligencia, como en la época de la revolución Zapatillista. Ya he pasado por muchas tiendas del rubro, y vuelven siempre al mismo ofrecimiento indigno para conmigo, y para quizás cuántos pobres hombres más; o se creen que es chistoso ¿qué te traigan el par entre risas y palabrotas negras?. En ese caso sería una gran alegría, para todos los unitarios de extremidades del país, que viniera la otra pierna dentro de la caja.

Yo quiero sólo un zapato para irme saltando en un pie, Fue la constante repetitiva que continuó repitiendo de manera exaltada, una y otra vez, el hombre senil y con tantos super poderes .