El clon surgido de mi útero

Toda la vida más rabiosa del sexo carnal, estaba siendo efectuada de una plácida e incomprensible manera. El exceso no era evidente, puesto que cada día se vencía al anterior, de manera sucesiva. Por mis genitales femeninos han pasado millares de hombres y mujeres, (penes de diferente diámetro y color, lenguas angostas y gruesas), de todo tipo, cada uno con diferentes experiencias de la vida. sus felicidades y tristezas. Como yo no soy racista, no me importaba que fueran chinos, peruanos, negros o blancos... si es que placer me podían conceder, sin ningún tipo de amarras.
Todo cambiaría drástica y rusticamente, al notar la adherida enfermedad temida por todos y conocida por muy pocos, con sus pro y contras. Hablo del dramatismo del sida.
En cada uno de esos días, me preguntaba, de manera amarga y sabiendo que no habría salida alguna, a cuántas personas habría asesinado, con un terrorismo corporal, por la simple razón de vivir entre borracheras, orgías y alimentación del sexo más patético y antinatural... la palabra es desacostumbrado, en realidad; para esas doctrinas sociales de todas las fechas de la existencia. Muchos deben estar enterrados en sus ataudes, por estos días, con marcas, ronchas y desfiguraciones.

Viviendo sola, alejada de las comunidades vivas y muertas, por efecto de mí propia consecuencia, en una fantasía cruel y tan fría como el hielo, me trataba diariamente la enfermedad sin cura ni ilusión de salvación. Viví esos periodos entre medicamentos, inyecciones, dolores de los más fuertes que había sentido en la vida; pero nunca hubo un dolor tan fuerte como el de la noticia que me dio el doctor de turno, con sus manos usadas y podridas de enfermedades comunales. La noticia era que yo estaba por traer una nueva vida infectada al mundo. Eso era lo que decían los médicos, que mi enfermedad se traspasaba por el simple hecho de tenerla en mi sangre y en mis recuerdos dramáticamente perturbantes. Yo sabía que la posibilidad de la sanidad existía, obviamente que no para mí, pero si para la nueva vida. Esto lo sabía por estudios que había hecho sobre mi propia enfermedad. Estan adentro de las probabilidades, y luego de haber matado tanta gente, yo no pretendía otra víctima a mi lista de defunciones; aunque los propios médicos, y en general, las personas, me pusieran una cuerda en la garganta, de manera de hostigarme para tomar la iniciativa de una doble muerte tortuosa.

Pasaron los meses más tristes y descontrolados de mi vida, hasta que me vi tendida en una camilla dando a luz a un ser con mis rasgos, mi primera hija, que parecía ser un clon proveniente de mi propio útero. Yo no pensaba en nada más que el mismo hecho relatado, olvidando enfermedades y posibles contagios. Fue el instante más enternecedor, triste, feliz y sin sentido de toda mi vida. Esa vida que duro pocos días más, pero que reencarnó en un nuevo personaje de la vida... un individuo del que estaría seguro, que sin importar su semejanza a mí, no seguiría le lamentable destino de verse en una caja con innumerables heridas, enmarcadas en un cuadro como el mismo recuerdo de las noches alocadas de interminable sobajeo corporal. Ahora el cuerpo es el que se sobajea, entre insectos con hambre que al igual que yo nunca discriminan raza, color, ni enfermedad.