El último cigarro del cajón

A nadie le importa que pulvericen los labios quebradizos,
qué integren de tonos de amargura y descomposición al aliento,
qué asfixien y presionen la garganta hasta la lenta muerte.
Cuando los dientes se ponen amarillos y muchos se quiebran,
cerramos los ojos y aspiramos un poco del mal radiactivo,
o simplemente nos dejamos explotar ante los pulmones del humo y las dolencias.

Es la enfermedad adictiva de herencia e instauración social,
porque la publicidad que advierte y protege, motiva más a envenenar.

A nadie le afecta - sentimentalmente - tragar un poco de veneno para ratas,
con un resto de Alquitrán, sin olvidar a doña Nicotina y don Monoxido,
adentrados en una sustancia potencialmente atrayente y corrociva,
o llenarse ilegítimamente, de por vida, con ritual cancerígeno bastante llamativo,
de la vida en plena, breve y máxima lujuria de agonías,
para terminar tendidos, de esa manera, sobre una camilla,
quemados por dentro y por fuera,
con tratamientos de rayos que duermen a la gente.

todos estamos felices de disfrutar nuestro último cigarro en el cajón final,
mientras la calavera se remarca en un cuadro fatalista que sólo habla de muertes..

palabras aparte :
Yo no miento, porque me siento libre, y consumo mi droga de tabaco en cada día,
sin algún dinero o con un compartimento lleno de monedas,
para vivir mis días de sincero y claro padecimiento, entre mi familia,
y los que ya se fueron en ayuda del elemento creado para eliminar vidas.