
Que inmensidad de la sustancia se puede ver al estar sobre la roca más alta mirando al infinito, a esa línea que nunca se detiene dentro del palpitar de manera natural. Es como sentir un millar de cañonazos que van dirigidos al cerebro con una separación de segundos, y con esos olores a engendros marinos que se clavan como desgracia en el olfato capitalino, el que está acostumbrado simplemente a la elaboración de perfumes de moda.
Creemos que el siguiente cañonazo, como olas quebradas sobre las rocas cercanas a nosotros, caerá en nuestro cuerpo desenfocando las caderas del tronco corporal. No es un pensar ridículo, sino que es la elaboración de los constructores de nuestra mente, que siempre nos hablaron de un cuidado especial ante la naturaleza, siempre teniendo precaución con la majestuosidad de lo regalado sin precedente anterior.
1 comentario:
y respeto. que ese es más poderoso que cualquiera
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