El piquero fallido

Hoy, luego del programa, me dirigí con un trio de personajes agradables a buscar los helados más cercanos que hubieran, y para la desgracia mía y del resto, no localizamos nada mas que una constante visita a casas de gente un poco marginal, diciendolo así, sin la intención de ofender a nadie. Cada vez que la lider, rubia y de un intento malogrado por comunicarse como "flaite", para intimidar a esos personajes, logrando sólo hacerlo con nosotros, pronunciaba una nueva dirección, yo sabía que a cada momento nos estabamos dirigiendo a nuevas y nuevas guaridas donde el asalto masivo es una regla y religión.

Lo cierto es que no encontramos helados en el camino, pero si encontramos a un señor mayor queriendo tirarse al Mapocho, y no con la intención de ser un nadador olimpico, sino, con la idea de dejar de existir. Nosotros ubicados en una de las calles más peligrosas del centro de Santiago, con un horario de cierre del metro, y un hombre queriendo suicidarse... qué cosa podría ser mejor. Era obvio que iba a poder ver un suicidio, sin la oportunidad de volver a mi casa, por el horario y la distancia de mi vivienda. Los medios de transporte son inexistentes para un hombre que vive en Puente Alto a ciertas horas de la noche.

Llamabamos y los volvíamos a requerir, hablo de los carabineros, para que se hicieran presentes y acabaran con todo este show urbano de la vida. Así nosotros quedaríamos libres para irnos a nuestras casas y descanzar, sin comida en el cuerpo ni las ganas de alimentarnos; pero parecía que nuestras suplicas eran aborrecidas por la fuerza pública, sin atención al ciudadano y sin contar, las horas de retrazo, hacía la salvación de un hombre sin ánimos de seguir en pie o tierra firme. Él prefería salpicar hasta morir.

Chicas en colapso, rostros de desesperación, y yo sentado en primera fila viendo el espectaculo, siendo fiel testigo de otro episodio de humor negro que la vida nos volvía a donar, dentro de esta catastrofica vida. Yo lo asumía simplemente, como si no fuera algo diferente a lo que pasa en cualquier día de mi vida, aunque la verdad, quizás era mi manera de reaccionar, porque todos sabemos que eso no es cosa de cada hora en la historia de alguién.

Finalmente el hombre no se lanzó al Mapocho, y se sintió humillado, como si hubiera sido utilizado por nosotros al ver su propia detención a manos de carabinado. Sus oyentes natos y compañeros, de tantos problemas catastroficos, del momento, eran los soplones de sus angustiosas determianciones.

Yo fui llevado a la plaza de Ñuñoa, para esperar asustado la micro que me dejaría aquí, escribiendo una nueva y estúpida columna de Internet.